No fue un día normal de compras en el supermercado, partiendo porque mi hija Bruna me tiraba de la manga con extrema fuerza infantil para llegar cuanto antes al pasillo de los juguetes. “Quiero al de pelo rojo que se llama Colorito” decía en una especie de mantra que repetía incansablemente con el ímpetu que sólo una niña puede tener. La decoración del recinto tenía ya en octubre los colores navideños y el rostro de mi hija me desarmó por completo cuando me miró con una sonrisa de oreja a oreja mientras sostenía su tesoro entre sus manos. Fue la primera vez que lo vi. ¿Un simple muñequito de tela era lo que mi hija deseaba con tanto ahínco? Así era y debo reconocer que el duendecito aquel me produjo un cariño a primera vista. Desde la caja de cartón pude apreciar una dedicación sorprendente; bellamente diseñada anunciaba una leyenda que hablaba de la magia de la navidad y que aquel ser cobraría vida para hacer travesuras semanas antes de la noche buena… El resto ya es parte de nuestra tradición familiar y ya entenderán el por qué.

Una vez en casa, Bruna y yo vivimos juntas la experiencia de tocar su tela suave y ver sus cabellos rojos bambolearse chistosamente. Debo reconocer que lo encontré monísimo, pues el larguirucho duende es de una simpatía absoluta en su diseño; “una simpleza elegante” es la frase correcta que corona a un juguete que parece hecho a mano por una artesana, llegando a pensar incluso en que el taller de Santa que reza en su leyenda, existe para lograr estas maravillas.

Y repito la palabra maravilla, porque ver jugar a tu hija y sus amigos con muñequitos de trapo, duendes, renos y mascotas, a los que ponen voces y movimientos con gran ingenio, resulta hermoso.

Verla jugar también me hacía volver a mis propios recuerdos de infancia; los buenos, los ricos, aquellos que marcaron parte de mi vida. Experiencias y tradiciones que fueron calando hondo en mi corazón y que ahora quiero repetir con mis niños, mi familia y ojalá lograr que se transmitan de generación en generación.

Logré recordar esos atesorados momentos de juego con mi papá con el ambiente entusiasta que quiso depositar siempre en años nuevos, nuestros cumpleaños y especialmente en Navidad. Recordar es “volver a pasar por el corazón” y por él desfilaban ahora la complicidad con mis hermanos, jugando con cosas simples en el jardín de nuestros abuelos, o viviendo en el sur de Chile. Apareciendo nuevamente mi hermano grande, que a pesar de que utilizaba su jerarquía y se aprovechaba de su condición de hijo mayor, siempre me regaló ese sentimiento de protección y humor de un juego hermano mayor/hermana menor. ¿Cómo era posible que aquel Duende Mágico fuera capaz de accionar todas esas añoranzas? Cuando mi hija se iba a dormir quedaba en algún lugar de la casa y además de transformarse en un bello adorno para el sillón o el árbol navideño, se volvía un enigma que crecía día a día con su incondicional sonrisa; una bella línea tejida que transmite confianza y alegría.

Pasaron los días y la relación con esos peluches no tardó en crecer. Me encontraba con otros niños y niñas; con sus risas, sus penas, sus caras ingenuas, su imaginación en el desarrollo de juegos de roles, inventando historias que los hacen soñar y expresarse… y siempre a través de estos nuevos y simples muñecos de trapo. Observé que eran a la vez referentes en distintas temáticas con historias cargadas de mensajes de amistad, valentía, compañerismo, perseverancia, y tanto más.

Ya era noviembre cuando mi hijo Mikhal, de 10 años, se sumó a este movimiento juguetón exigiendo su propio Duende Mágico. Me sentí contenta al descubrir que el favorito para él era Goldy, un perrito de la colección que es encantador y de un color amarillo chillón. Cuando ya estaba en sus manos y había entrado a la familia, mi hijo me cuenta que es el guardián de la magia dorada y que acompaña a los niños con cáncer. Me sorprendieron sus palabras y de inmediato quise saber más, encontrando en la descripción de la cajita que la compra de ese perrito glotón ayuda a la fundación Nuestros Hijos, concientizando a nuestros niños y familia en relación a las difíciles vivencias de niños enfermos con cáncer en todo el mundo. Simbolizado con una cintita dorada que lleva este personaje, apoyan a un ambicioso proyecto chileno con un hospital de vanguardia para niños, casa de acogida para sus familiares, escuelas pedagógicas, apoyo psicológico y social para reinserción escolar y laboral para niños y padres, entre otras.

Claramente el enigma de los creadores de esta licencia se sembró en mi mente de manera absoluta. En mi carrera de guionista siempre he querido profundizar en el desarrollo infantil, pues siento que en este país estamos en deuda con la niñez. Por lo tanto, descubrir que un juguete creado y desarrollado en Chile llegaba hasta aparecer en las noticias, me resultaba por lo bajo sorprendente. Sí, una noche de diciembre observé en el noticiario central a mujeres literalmente peleándose a estas figuras mientras otros juguetes bélicos quedaban adornando los pasillos de supermercados y tiendas junto a princesas y robots galácticos; los niños de Chile querían su duende mágico y nadie los sacaría de aquella aventura.

Un guionista debe investigar como primer paso y fue lo que hice, llamando a la agencia creadora de la renombrada colección y esperando no recibir respuesta (como suele ocurrir en esa clásica primera llamada) me sorprendí al escuchar una voz cordial desde el otro lado atenta a mis requerimientos. Fue así que concerté mi primera cita para encontrar de inmediato un lugar lleno de alegría y sorpresa, un lugar atiborrado de hermosos diseños duenderiles, con un equipo que  trabaja con alegría y dedicación; y era que no, porque resulta una oficina soñada donde diseñadores y escritores van tejiendo el contenido de la franquicia.

Fue así que conocí a Bernardita Astaburuaga, fundadora de esta licencia infantil, número 1 en nuestro país, quien me comenta que se siente orgullosa “por aportar a la construcción de futuro, desde la infancia y los núcleos familiares, con más de 80 personajes como referentes para el desarrollo de niños y niñas en su infancia, la cual será base de hombres y mujeres del futuro”, me dice con una sonrisa y agrega:  “Orgullosos de generar trabajo, no sólo para potenciar y crear oportunidad a tanto talento chileno creativo; escritores, guionistas, diseñadores, animadores, publicistas, músicos y más; sino también a todos los que nos apoyan en la difícil operación logística que permite llevar la magia de volver a creer, volver a jugar y reír en cada rincón del país”.

Yo me distraía mientras mis ojos se van también a cientos de  proyectos que llevan a cabo; mis ojos ven juegos de mesa, perfumes, bicicletas, ropas y disfraces, libros, álbumes, audiocuentos y un etcétera tan grande que me siento una niña en corral ajeno; pero poco de corral tiene y más de castillo mágico, y poco de ajeno porque ya siento, gracias a mis hijos, que esta tradición me pertenece. Y entonces descubro el enigma; estos juguetes que entraron un día cualquiera a mi vida han despertado a la niña que tengo adentro. Y no solo a mí, porque a mi esposo también se le puede ver un domingo cualquiera poner voces junto a Bruna y Mikhal para animar a los muñequitos que tienen esa magia tan simple y bella que se llama JUGAR.

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