El imaginario del mundo popular -de origen especialmente campesino- se reproduce, recrea y transmite a través de cuentos y leyendas tradicionales. Se trata de relatos orales que van de generación en generación a lo largo de todo el territorio. Los mitos y leyendas chilenas, expresan, con el protagonismo de las gentes, el pensamiento mágico del Chile profundo.
El Chile profundo se refleja en sus cuentos, mitos y leyendas, historias mágicas que han pasado de generación en generación y mantienen vivas las raíces del país. Desde los pueblos más conocidos, hasta los rincones más remotos, estos relatos orales retratan la imaginación y las creencias de quienes han dado forma al patrimonio cultural chileno.
A veces ocurrió, a veces fue un sueño o fruto de la imaginación. Son los cuentos que alguna vez escuchamos para nunca olvidar. En el norte grande es muy popular la Añañuca, una leyenda chilena sobre la flor del desierto. En el norte chico aún se cuentan historias de piratas y tesoros escondidos que recuerdan al mítico Sir Francis Drake. En la zona central, en los alrededores de Santiago, es muy popular la Quintrala, mujer cruel y embrujada.
En el centro sur, entre muchas otras de corte campesino, es popular la leyenda chilena de La laguna del Inca, un lugar encantado en la cordillera, que es resultado de una historia de amor.
En el sur, en la Araucanía, hay gran variedad de mitos y leyendas mapuche, entre éstas la de La anciana dueña de la montaña, que refleja el respeto a la gente mayor. En el imaginario nacional se destaca la mitología de Chiloé, con sus relatos sobre la Pincoya, una sirena austral, y el Caleuche, un barco fantasma. En el Chile insular, la Isla de Pascua tiene su propia mitología de acuerdo a una cosmovisión distinta a la de los habitantes del continente. Entre sus leyendas chilenas más populares está la de Make-Make, sobre la creación del mundo y el hombre pájaro.
Añañuca era una joven que vivía en Monte Patria, un pueblito cercano al río Limarí. Entonces se llamaba Monte Rey porque aún estaba bajo dominio español. La hermosa Añañuca atraía la admiración de los jóvenes del pueblo. Ninguno había podido conquistarla. Un día llegó un buenmozo y enigmático minero que buscaba una veta de oro muy codiciada. Al ver a Añañuca se enamoró de ella y se quedó a vivir en Monte Rey. Y fue correspondido. Una noche el minero tuvo un sueño inquietante. Se le apareció un duende de la montaña que le reveló el lugar preciso donde estaba la veta de la mina que lo tenía obsesionado. Sin vacilar partió en su búsqueda, dejando a Añañuca con la promesa de que volvería.
Añañuca esperó día tras día, pero su enamorado no regresó. El espejismo se lo había tragado. La tristeza se instaló en Añañuca y fue muriendo de amor, desconsolada. La gente de Monte Rey la lloró y enterró un día de lluvia. Al otro día, el sol calentó el valle y se llenó de hermosas flores rojas, que en honor de la joven fueron llamadas Añañuca. La flor crece hasta hoy entre Copiapó y el valle de Quilimarí y, después que el cielo llora, la pampa se convierte en el maravilloso desierto florido.
El corsario Sir Francis Drake descubrió la bahía de Guayacán en 1578. Por su forma se le conoce como la bahía de la Herradura, un lugar que fue refugio de piratas, bucaneros y corsarios. Todos especialistas en asaltar galeones españoles que transportaban tesoros, producto de otros saqueos, desde América hacia Europa. La leyenda chilena cuenta que en la bahía de Guayacán se enterraron joyas increíbles y que muchos murieron buscándolas. Las mismas excavaciones codiciosas fueron la tumba de los buscadores de tesoros. Según la leyenda, un tesoro de Drake permanecería aún en una cueva de Laguna Verde, en la costa de lo que hoy es la Región de Valparaíso. Allí habría un tesoro que nunca ha sido encontrado. Los pescadores, temerosos y osados al mismo tiempo, dicen que no se puede entrar a esa cueva, a la que se podría acceder desde la ciudad.
Uno de de los accesos estaría en la calle Esmeralda de Valparaíso. Se cuenta que lo resguarda un chivato monstruoso de gran fuerza, que sale en las noches para atrapar a los buscadores de tesoros. Los lleva a la cueva y se encarga de volverlos locos. Este chivato tendría encantada a una muchacha y quien ose liberarla del encanto se expone a terribles sufrimientos.
En tiempos en que los indígenas habitaban la zona de San Felipe, los pumas abundaban en los alrededores. Y por ahí se encuentra la piedra del león, más precisamente en un cerro llamado Yevide. Desde que existe memoria se sabe que estos felinos han sido perseguidos y que están en riesgo de exterminio. Cuenta la leyenda de Chile que en Yevide vivía una hermosa leona con sus dos cachorros. Un día la hembra tuvo que dejar a sus hijos para salir a buscar comida, y dejó a los cachorros durmiendo junto a una enorme piedra. Cuando la leona regresó de la cacería los pequeños no estaban.
En su ausencia, unos arrieros se los habían llevado. La madre, desesperada, los buscó incesantemente sin resultados. Al llegar la noche se echó desconsolada junto a la piedra e hizo escuchar sus gruñidos de lamento. Se dice que desde todas partes se escuchaban los rugidos del animal, que no eran otra cosa que el llanto de una fiera herida. A partir del amanecer siguiente nunca más se volvió a ver a un solo puma. Todos se fueron del cerro Yevide. Y en las noches de invierno, la gente suele escuchar el gemido de la leona. Es el alma de ella, dicen, que aún reclama a sus hijos que dejó en la piedra.
Tenía el pelo rojo como el quitral, por ello le llamaban la Quintrala. Su nombre, doña Catalina de los Ríos y Lisperguer. Hermosa y caprichosa, figura entre los más temibles criminales del siglo XVII. En su hacienda de La Ligua y los alrededores dejó una leyenda chilena de horror, atribuyéndosele pactos con el diablo. Desenfrenada, fue indomable para su marido –que vivió poco tiempo- quien se convirtió en cómplice de su perversidad. En la zona se cuentan los maltratos que propinaba a los indios de la hacienda, quienes debían fugarse hacia los montes. La Quintrala presidía los castigos sin conmoverse ante el dolor ajeno. Acusada por sus crímenes fue apresada y juzgada por el comisionado de la Audiencia, quien la encontró culpable de parricidio y del asesinato colectivo de su servidumbre. Se le condujo a Santiago donde su astucia y dinero influyeron para dilatar el proceso.
Entre los pactos diabólicos que se le atribuyen está el que hizo para conseguir el amor del fraile que la casara. El fraile se resistió al acoso y se autoflagelaba, hasta que huyó hacia Perú para evitar a la seductora bruja. Solo volvió cuando supo del arresto y de sus enfermedades. Nunca confesó sus pecados mortales.
Cuando los incas dominaron el Chile precolombino hasta el Maule, realizaban sus rituales y ceremonias religiosas en la Cordillera de los Andes. Era el lugar ideal para quienes se consideraban hijos del sol. Según cuenta la leyenda de Chile, el inca Illi Yupanqui se enamoró de la hermosa princesa Kora-llé. Decidieron casarse en una cumbre ubicada a orillas de una laguna. Después de la ceremonia nupcial, la princesa debía descender por la ladera del cerro, ataviada con su traje y vistosas joyas. El camino era estrecho, cubierto de piedrecillas que hicieron resbalar a la princesa, quien cayó al vacío.
Advertido por los gritos, el inca echó a correr pero, cuando llegó a su lado, ya era tarde. Su amada princesa yacía muerta. Atribulado por la tristeza, decidió que el cuerpo de la princesa fuera depositado en las profundidades de la laguna. Cuando fue sumergida, el agua mágicamente tornó en color esmeralda. El mismo color de los ojos de la princesa. Desde entonces se dice que la Laguna del Inca –ubicada en Portillo– está encantada y, a veces, en noches de plenilunio, el alma de Illi Yupanqui vaga por la quieta superficie de la laguna. Y se escuchan los lamentos del inca recordando a su amada.
En las boscosas montañas de la Araucanía, se perdió un hombre que andaba buscando a sus animales. No los encontró. Se hizo la noche sin que hallara el camino de regreso a su casa, de modo que decidió buscar un lugar en el monte para dormir. Cuando se acomodaba para descansar, de pronto vio un fulgor en medio del bosque. Era una fogata y alrededor del fuego bailaba una anciana. Se dirigió hacia ella. Se trataba de Kvpvka, la dueña de la montaña, que tenía una casa hecha con materiales recogidos en los bosques del monte. Poseía de todo, papas, arvejas, maíz, etc.
El hombre saludó con mucho respeto a la anciana, luego se hicieron amigos y se casaron. Al saber que el hombre era pobre, viudo y que tenía cuatro hijos, la anciana le dijo: “si tienes hijos, tráelos, aquí hay de todo”. Entonces el hombre llevó a sus hijos, comieron y alojaron en la casa de la Kvpvka. Cierta noche, uno de los niños se rió de los pies de la anciana: “miren, la viejita tiene sólo dos dedos”. La anciana montó en cólera, pateó su casa y así desapareció todo, el fuego, la riqueza y la Kvpvka. El hombre desesperado devolvió a sus hijos a la antigua casa, les aconsejó contra la burla y regresó a la montaña para seguir viviendo con la Kvpvka.
Uno de los mitos chilenos más populares entre los pescadores de Chiloé es el de una sirena llamada la Pincoya. A veces, dicen, la acompaña su marido, el Pincoy. Rara vez abandona el mar para internarse por ríos y lagos. Esta ninfa marina fecunda los peces y mariscos bajo las aguas, de modo que de ella dependen la abundancia o escasez del alimento de los pescadores. Cuando la Pincoya aparece en la playa danzando, con sus brazos abiertos y mirando hacia el mar, los pescadores se alegran porque este baile es anuncio de pesca abundante. Si danza mirando hacia la costa, es mal presagio porque alejará a los peces. Pero el mal presagio puede ser bueno para otros, porque la Pincoya lleva la abundancia a los más necesitados.
La alegría, aunque sea desde la pobreza, atrae a la Pincoya, por eso los chilotes cantan, bailan y hacen curantos para que ella los vea y los favorezca. Parte de la leyenda y mitos chilenos cuenta que la Pincoya nació en la hermosa laguna Huelde, cerca de Cucao, que es una mujer muy bella, de tez blanca ligeramente bronceada, cabellos de oro y que, de la cintura hacia abajo, tiene la forma de un pez. Ciertas noches silba o entona embrujadoras canciones amorosas, ante las cuales nadie puede resistirse.
Un buque fantasma navega por los mares de Chiloé. Es el Caleuche, y su tripulación está compuesta de brujos. En las noches oscuras ilumina su velamen rojizo y cuando quiere ocultarse provoca una densa neblina. Nunca vaga por el archipiélago a la luz del día, porque se hace invisible o se convierte en una roca. Y sus tripulantes se transforman en lobos marinos o en alcatraces. Quien mira al Caleuche puede quedar, por arte de brujería, con la boca torcida o con la cabeza vuelta hacia la espalda. Al buque pueden subir, sin embargo, los náufragos, los ahogados, quienes pueden ver las ciudades del fondo del mar y sus tesoros, pero no divulgar lo visto. Es el caso de la chalupa que salió de Chonchi, dirigida por el hijo de un respetable habitante del lugar. La chalupa no volvió más.
Cuando el padre lo supo, se limitó a sonreír de una manera extraña que guardaba una revelación: el hijo se encontraba a salvo a bordo del Caleuche. Desde ese día, el padre comenzó a enriquecerse en su actividad de comerciante, y por las noches se escuchó el arrastre de cadenas cerca de su casa: era el Caleuche que desembarcaba furtivamente cuantiosas mercaderías, lo que revelaba las ocultas relaciones que el negociante tenía con el barco fantasma.
Se cuenta en Rapa Nui, la Isla de Pascua, que cuando en la tierra no había nada todo estaba por hacerse. Entonces, ocurrió una disputa entre los espíritus. Un espíritu poderoso que vivía en el aire se impuso ante los más débiles que se rebelaron. El poderoso los convirtió en montañas y volcanes. A los arrepentidos los convirtió en estrellas. Para habitar la tierra, el poderoso transformó en hombre a un espíritu que era hijo suyo; lo lanzó a la tierra y, al caer, quedó aturdido. La madre del joven sintió tristeza y quiso observarlo; entonces, para mirarlo, abrió en el cielo una pequeña ventana. Por ella, a veces, asoma su rostro pálido. El poderoso tomó una estrella y la convirtió en mujer para que acompañara a su hijo.
Para llegar al joven la mujer tuvo que caminar con sus pies descalzos, pero no se lastimó porque el poderoso ordenó que crecieran hierbas y flores a su paso. Ella jugaba con las flores y al tocarlas se convertían en aves y mariposas. Y la hierba que su pie había tocado se convirtió en una selva gigantesca. La pareja se reunió y encontraron que el mundo era bello. En el día, el poderoso los miraba por una ventanita redonda, y fue el sol. En la noche, era la madre quien se asomaba por la ventana, y fue la luna.
Cuenta la leyenda chilena que, después de haber creado el mundo, el Make-Make sintió que algo faltaba. Entonces cogió una calabaza que contenía agua y, con asombro, se dio cuenta que al mirar en el agua veía su rostro reflejado. Make-Make saludó a su propia imagen y notó que en ella había un pico, alas y plumas. Mientras observaba su reflejo vio a un pájaro posado sobre su hombro. Encontrando gran similitud entre su imagen y la del ave, unió su reflejo y el del pájaro para crear de ese modo a su primogénito. No obstante, Make-Make quiso crear a un ser que tuviese su imagen, que hablara y pensara como él.
Entonces, primeramente fecundó las aguas del mar y entonces aparecieron los peces. Pero el resultado no era el que esperaba. Luego, fecundó una piedra en la que había tierra colorada, y de ella surgió el hombre. Make-Make se sintió contento por haber creado al hombre, la criatura que él deseaba; sin embargo, al ver al hombre solitario, creó también a la mujer. Make Make no olvidó su imagen de pájaro y llevó a las aves hasta los motu o islotes frente a Rano Kau para celebrar el culto de Tangata Manu, el hombre-pájaro.