La historia de la cepa carménère es especial. Reconocida como la más compleja de las uvas a la hora de conseguir su maduración, sufrió como ninguna los efectos de la filoxera, plaga que afectó entre 1860 y 1870 a Europa y en especial a Francia, de donde es originaria. Tal fue la magnitud del desastre que los galos, cansados de las complejidades del carménère decidieron abandonar su cultivo, por lo cual se pensó que el Carménère había desaparecido para siempre.
Sin embargo, diez años antes, se habían enviado con destino final Chile algunas cepas de esta uva. Producto de la crisis que se vivía por esos años en Europa, una gran cantidad de enólogos del viejo continente emigró hacia el país sudamericano, dando un vigoroso impulso a la emergente y ya poderosa industria vitivinícola chilena.
No obstante y pese a esta masiva presencia de personal altamente capacitado, el Carménère fue ignorado. ¿La razón? Nadie reparó en su presencia y se le sembró en compañía de las cepas de Merlot y Cabernet, por lo que por muchos años fue comercializado como estas variedades.
Pasaría más de un siglo, para que se desvelara el secreto de esta uva, de la cual hasta ese entonces sólo se guardaban algunos vestigiosos para estudios académicos en la Universidad de Bordeaux, zona de Francia en donde llegó a producirse a gran escala. Específicamente en el año 1991 el ampelógrafo francés Claude Vallat señaló que cierto Merlot que producía Chile no era tal, pero no pudo determinar a que cepa realmente correspondía.
«En el año 1992 en la guía del vino encontramos que el Merlot que probábamos a ciegas, tenía un sabor verdoso, un sabor a pimentón, que es sinónimo de inmadurez y que es la característica esencial del Carménère. Buscamos todas las explicaciones posibles, que era el suelo, que era el clima», relata Héctor Vergara, presidente de la Asociación de Sommelier de Chile.
Dos años más tarde, Jean Michel Boursiquot, discípulo de Vallat, pudo por fin determinar que algunas variedades del Merlot chileno, correspondían realmente a la cepa Carménère, ya desaparecida en Europa. Si bien la información generó ciertos problemas en la industria, los cuales rápidamente se superaron, lo cierto es que la posibilidad y perspectivas de negocios a partir de esta nueva realidad fueron enormes para la industria chilena, en lo que se refiere a la producción de esta cepa en particular.
Pero no fue un proceso fácil. «El cambio fue paulatino porque en primer lugar las plantaciones se encontraban junto con el Merlot normalmente», dice Vergara. «Hubo todo un proceso donde hubo que separarlo primero, para luego plantarlo y certificar que realmente era Carménère», agrega el sommelier.
Panorama actual
La incertidumbre que se apoderó de la industria en ese momento dio rápido paso a la acción. Hoy en el país hay más de 8 mil hectáreas plantadas y reconocidas como Carménère. «Chile es el país que se ha identificado con esta variedad como un elemento diferenciador de su industria», señala el sommelier Ricardo Grellet. «Si su estadística de crecimiento se mantiene en la próxima década, podría superar incluso las 27 mil hectáreas plantadas de Cabernet Sauvignon», detalla el experto.
Toda esta apuesta por la cantidad ha sido debidamente acompañada por el mejoramiento continuo de los vinos Carménère. «Al principio, como no sabíamos trabajarlo bien ni tampoco conocíamos los mejores lugares para el desarrollo de la cepa nuestros vinos eran un poco verdes», indica Vergara. «Ahora ese sabor ha ido desapareciendo, pero no debemos empujarlo a una sobremaduración porque pierde su esencia, que es precisamente su sabor verdoso, añade el sommelier.
Prometedor futuro
Vergara cree que el potencial del Carménère es enorme, ya que Chile es el único país que lo produce. «Los mercados internacionales siempre están a la búsqueda de productos novedosos y el Carménère cumple con eso. Si bien el Cabernet Sauvignon es considerada la cepa número uno, no es menos cierto que la producen más de cuarenta países. Nuestros Syrah son fantásticos, pero Australia ya tomó esas banderas, mientras que el Málbec es asociado a Argentina, en el Carménère somos únicos», señala.
Pero no es la única rázon. Tampoco es fácil que aparezcan al menos en el corto plazo, competidores para el Carménère chileno, ya que cuesta mucho producirlo. «En el clima de Europa es casi imposible que madure porque se necesitan muchas horas de sol, eso es una ventaja», explica el sommelier. «En un principio enviamos vinos que eran bastante verdes porque no conocíamos todo el ciclo vegetativo de la planta. Eso nos perjudicó en especial en Estados Unidos, pero creo que vamos a ganar ese mercado, ya que la calidad de los vinos es muy superior a la de diez años atrás», destaca.
Por estos motivos apuesta por el Carménère como punta de lanza para la apertura de nuevos mercados para la industria chilena. «Si yo vendo vino, el Carménère es siempre novedad, sirve como punta de lanza, si yo quiero abrir un mercado te puedo presentar el Carménère y después presento mi portafolio de productos. Chile es reconocido dentro del gremio internacional como el país del Carménère», concluye Vergara.