El país, que goza de las mejores condiciones de energía solar del planeta, está decidiendo cómo capitalizar su capacidad libre de carbono.
Fernando González disfruta orgullosamente de la sombra que le da el espejo de 140 metros cuadrados que refleja los rayos del sol hacia un “receptor” en una torre de 250 metros de altura en el desierto de Atacama. Sin embargo, se siente más orgulloso de lo que está logrando la tecnología en el norte de Chile. “Aquí estamos haciendo historia”, comenta.
El espejo eclipsa su camioneta 4×4, pero es solo uno de los 10.600 helióstatos (su nombre técnico) que se extienden por 1,5 km en todas las direcciones.
“Esta es la primera [planta de energía solar] de su tipo en América Latina”, explica González, mientras señala las tuberías que llevan la sal fundida hasta el receptor. La sal ya está a 290 ° C, pero cuando se encuentra con la potencia combinada de los helióstatos, la temperatura casi se duplica a 565 ° C. Luego, se bombea para alimentar una turbina de vapor y generar electricidad.
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