La escena inicial de mi próximo libro de viajes hace referencia a uno de los primeros viajes que hice de adulta: Chile. Mi hermana se había tomado un año libre de clases en Wisconsin para ir a enseñar inglés en Santiago. Aprovechando la oportunidad, convencí a mi papá y a mi hermana menor de que nos reuniéramos allí. Sentados alrededor de una mesa, bebiendo cerveza local, trazamos una ruta en un mapa de papel. Viajaríamos a San Pedro de Atacama en el norte, cruzaríamos el desierto que inspiró a Dalí en un jeep, iríamos a Bolivia a fotografiar los salares y luego cruzaríamos el lago Titicaca hacia Perú. Subiríamos por el Camino del Inca hasta la Puerta del Cielo en las afueras de Machu Picchu para ver el amanecer en el cumpleaños número 60 de mi padre. Pero primero necesitábamos beber un poco de vino chileno.
Pasamos una tarde en un bus local visitando viñas fuera de la ciudad. Nuestra última parada fue Casillero del Diablo, en donde todos bebimos Cabernet Sauvignon en un patio iluminado. Con los dientes teñidos de rojo y algunas manchas en nuestras camisas, nos dirigimos de regreso a la ciudad para cenar. Esa tarde destaca entre mis múltiples recuerdos degustando vino en el extranjero. En ese momento, estudiaba derecho y todavía no sabía lo que me depararía mi vida futura, pero ese día comenzó mi fascinación por los viajes y el vino.
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