“Somos un fragmento, tal vez una línea, de ese gran libro llamado naturaleza. No el centro”
El reconocido poeta mapuche, Premio Nacional de Literatura 2020, y uno de los invitados más esperados de la 47 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, asegura que de la naturaleza se originan todas las palabras. Y añade:
“Todo es palabra poética y, por tanto, memoria. Es la forma de recordarle al ser humano que somos parte de este Universo”.
Elicura Chihuailaf Nahuelpan (Quechurehue, Cunco, 1952) se mueve con calma entre los caminos del Cerro Alegre, Valparaíso, donde fue invitado por la Secretaría Regional del ministerio de las Culturas para una serie de exposiciones. Todo lo observa con detención. “Esta es mi época favorita, el otoño”, declara uno de los poetas más trascendentes de nuestro país, el único escritor mapuche distinguido con el Premio Nacional de Literatura (2020), en sus 81 años de historia. Ampliamente laureado y reconocido internacionalmente, su obra poética ha sido traducida a una veintena de idiomas, entre ellos el francés, inglés, griego, italiano, alemán, húngaro, finés, sueco, ruso, estonio, árabe y el chino mandarín. Todos con la palabra azul en el título: El invierno, su imagen y otros poemas azules (1991); De sueños azules y contrasueños (1995); A orillas de un sueño azul (2010); La vida es una nube azul (2016), Sueños de luna azul y otros cantos (2018) y El azul del tiempo que nos sueña (2020).
“Es el color fundamental de mi cultura —explica—. Para nosotros, el mapuche vino del azul, pero no de cualquier azul sino el del color del oriente, donde se levanta la luna y el sol. Nos permite pensar que la tierra es un gran jardín. Hay pueblos nativos que tienen otros colores predilectos, y un jardín es precisamente la aceptación de una diversidad de colores, de la importancia de todas flores. Cuando una se marchita o desaparece, se pierde todo un jardín”.
—En sus palabras es posible distinguir la potente conexión del pueblo mapuche con el hablar poético y la naturaleza. —Como todos los pueblos nativos que tienen la posibilidad de vivir en un entorno tan rico, tan variado, siempre está presente la lectura permanente de ese gran libro que es la naturaleza y que, como dice nuestra gente más antigua, tenemos la tarea de leer, sabiendo que sólo somos un fragmento, tal vez una línea de ese gran libro. No el centro. Es desde allí que vienen nuestras palabras. Habla el bosque, el agua, el desierto, las rocas, las arenas. Y nosotros asumimos la presencia de las onomatopeyas que es donde empiezan todos los idiomas.
Y describe:
—Todo comienza con la observación; luego, poco a poco, se avanza hacia el silencio y, del silencio, hacia la contemplación, la creación y, finalmente, la conversación. Y el arte de la conversación no se relaciona con cómo expresamos nuestros pensamientos, sino si hemos aprendido a escuchar para poder dialogar en profundidad con lo que nos rodea, ya sean personas o piedras, que son aparentemente inanimadas pero que tienen espíritu…
—¿Tienen espíritu las piedras?
—Claro, todo tiene un espíritu; los animales, las plantas, las flores, los pájaros, las nubes, el agua… Cuando nosotros observamos todo lo que hay en la naturaleza, entendiendo que la naturaleza es parte de un infinito, entonces todo nos habla.
—Cuando usted dice que las piedras, las nubes, la tierra, tienen espíritu, es imposible no pensar en la crisis climática que vivimos… ¿Cómo lo interpreta desde ese punto de vista?
—A la Tierra la consideramos nuestra madre y padre; ella nos regala todo lo que necesitamos para vivir. Por eso en mi libro “Recado confidencial a los chilenos y chilenas” (ensayo), digo que nosotros somos guerreros por ternura; que nos levantamos, no por belicosos, sino por ternura en defensa de nuestra madre-padre. Esa es la relación que tenemos con la madre Tierra y, por tanto, con el Universo.
—¿Qué es lo que nos quiere decir la Tierra cuando enfrentamos los peores estragos climáticos de la historia?
—La Tierra es un ser vivo y nosotros, desde que tenemos conciencia, sabemos que sólo somos una pequeña parte de ella; cuando entramos a un bosque y se saca un árbol, le pedimos permiso; no se trata de decir ‘aquí voy yo y vamos arrasando’. Esa relación la ha olvidado el ser humano poderoso, que simplemente asume su arrogancia y piensa que esto no tiene ninguna consecuencia y, si lo piensa, no le importa. Todo esto del problema climático es precisamente por la arrogancia de los grupos de poder que nos han llevado a esto. Si se actúa con energías negativas, como lo hacen los grupos de poder, la respuesta de la Tierra será de defensa.
—¿Cuál sería entonces el rol de la literatura, la poesía, el arte en general, como un vehículo para relacionarnos y entender de mejor manera a la naturaleza?
—Todo es palabra poética y, también, memoria; una forma de recordarle al ser humano que es parte de este Universo. La palabra poética sirve para eso, para reunirnos, si no, ¿para qué sería? La palabra poética no es solamente verso, es también gestualidad, color, sabor, aroma, textura… La palabra poética es, por tanto, una apelación a esa memoria, de insistir en esa pertenencia de los seres humanos a la naturaleza, sin diferencias.
—La directora de la UNESCO, Audrey Azuley, habló de usted como un ‘eco poeta’, “un hombre que expresa con poderosa elocuencia este vínculo entre el saber indígena y la protección de los ecosistemas”. ¿Se considera tal?
—Me siento como una persona que apela a esa antigua sabiduría que nos transmitieron nuestros abuelos y abuelas, padres y madres, tíos y tías, y que es simplemente de armonía con aquello a lo que pertenecemos. A la naturaleza tenemos que defenderla, escucharla… No sé si eso sea lo denominado “eco”. Lo que me interesa es que la naturaleza es un ser vivo, y eso es lo que intento expresar en mis palabras. Y, mirando fijo, añade:
—Yo no me siento parte de la literatura; nací y crecí en la oralidad de mis mayores; accedí a la literatura y a la educación, pero nunca a la literatura entendida como tal. Me siento habitando en un espacio no nombrado, un espacio vacío, entre la oralidad y la literatura, la “oralitura. Me siento un cauce alimentado de dos orillas, una es la oralidad y la otra, la literatura, entonces sigo siendo un oralitor.
—Neruda y Mistral, a quienes usted ha traducido al mapuzungun, tenían una gran conexión con la naturaleza, era una gran fuente de inspiración para su trabajo poético…
—Precisamente por eso, a ellos también los considero oralitores. Traduciendo el trabajo de Neruda, sé que conoció el mundo mapuche. Cuando dice, por Lautaro, “elástico y azul fue nuestro padre”, claramente es así. En otro de sus poemas, dice: “Rodé por las estrellas, mi corazón se desató en el viento”. Esa es una imagen nativa.
—Santiago será la invitada de honor a la 47ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Un lugar habitado originalmente por nuestros pueblos ancestrales y que hoy alberga a culturas diversas. ¿Cómo lo observa?
—Santiago es la capital a la cual llegaron llegando personas que fueron conformando el ámbito de lo que se denomina como ‘lo artístico’, y donde también se encuentra lo literario. Pero… ¿Cuántos de los que han destacado en la literatura chilena son en verdad santiaguinos? Neruda, Mistral, Rojas, Teillier, Arteche, etc… Santiago está lleno de la provincia. Tengo la impresión de que la capital tiene otro ritmo; siempre la evito. Es como un río o un estero que quiere acelerar su movimiento natural. Esto lo digo como una constatación, no como una crítica o un resentimiento, sino desde la observación. No es mi interés polemizar. Lo que me interesa es la búsqueda del diálogo, de hacer de la conversación un arte.